22/10/2020 Noticias

Mi amiga, Ana María Yáñez

Con motivo de la jubilación de nuestra compañera Ana María Yáñez, la Facultad ha encargado al profesor Mario Montalbetti  el discurso de despedida en honor de quien ha pasado cincuenta años sirviendo a nuestra Universidad con dedicación, entusiasmo y cariño. La Facultad hace suyas las palabras del profesor Montalbetti, y expresa con ellas su profundo agradecimiento a Ana María por estos años de servicio.
Conocí a Ana María Yáñez cuando comencé a enseñar en la Facultad de Letras, creo que hacia 1978-1979, es decir hace más de cuarenta años. Esa era la época de don Emilio Lister en EEGG Letras, de Lucy en Humanidades y de Víctor en Letras. Esa era la época en la que el día académico para los profesores de Humanidades comenzaba rigurosamente en la Cafetería de Ramón, todos reunidos en una mesa larga (Zamalloa, Mavila, Pease, Chichizola, Del Busto,..) alrededor de esos terribles (pero indispensables) cafés con agua, antes de comenzar el dictado de las clases.

Una de las primeras cosas que escuché de mis colegas en esa mesa de la cafetería fue que “tienes que llevarte bien con las secretarias” (ahora se diría, supongo, “el personal administrativo” por razones de corrección). Yo lo hice, lo sigo haciendo—y no por motivos de conveniencia (aunque es sabido que si no te llevas bien con el personal administrativo las fotocopias que encargaste con urgencia nunca estarán antes de la clase) sino porque son parte integral de lo que solemos llamar la comunidad universitaria.

Sin embargo, con Ana María no fue solo “llevarnos bien”. En los últimos años (por lo menos en los últimos diez) mis clases de los lunes y miércoles a las 11am (horario que Ana María me separaba con celo) comenzaban en realidad a las 10:45 en que yo le robaba a Carlos Gálvez un par de gomitas Frugelé y agarraba una silla para instalarme frente al escritorio de Ana María que pedía una Inca Kola light. Y entonces conversábamos sobre todo lo referido a la vida en la PUCP—desde las conspiraciones políticas hasta los dolores y achaques de la edad, unas y otros cada vez más frecuentes; desde su inagotable nostalgia por “el Dr. Pease” hasta los derechos de los jubilados. Lo sabe bien mucha gente de esa oficina de Letras: yo no voy a terapia gracias a esas conversaciones con Ana María 15 minutos antes de entrar a clase. Era mi terapeuta. Y mi único pago fueron los envoltorios de las gomitas que yo dejaba sobre su mesa y que ella recogía con avidez para tirarlos en el tacho de basura. Lo que nunca entendí fue su gusto por Radio Mágica, el telón de fondo inevitable de nuestras conversaciones con esa insoportable sucesión de canciones de los Bee Gees.

Ser parte de la comunidad universitaria—como Ana María lo ha sido todo este tiempo—no es simplemente estar en planilla y trabajar en la PUCP. Es, como en su caso, mucho más que eso. Viniendo de mí, lo que sigue puede resultar sospechosamente meloso, pero igual lo diré: ser parte de la comunidad universitaria es ser parte del corazón que late y que le da vida a la Institución. Ser parte de la comunidad es superar la asfixiante barrera burocrática y encontrar el sentido, la dirección en la que se mueve, nuestra Universidad—o mejor, el sentido y dirección en la que debe moverse. Esa dirección y sentido muchas veces están ausentes de los equipos rectorales y demás autoridades que han in-dirigido la nave y que más bien la dejan a la deriva del narcisismo y la moda pasajera, pero es bueno recordar que puede encontrarse en cierto personal docente y administrativo cuyo trabajo (y muchas veces, cuyo silencio) es el gran timón que evita que la nave encalle. No deberíamos olvidar que un objetivo indispensable de nuestra Universidad debería ser que ella esté a la altura de esas personas, no solo docentes insisto, que mantienen el curso más allá de sus proyectos personales.

Lo mejor que puedo decir de Ana María es que es parte de ese espíritu. Lo segundo mejor es que, luego de todo este tiempo compartido en la PUCP, la considero una amiga en el pleno sentido del término. Supongo que muchos otros también guardan para con ella los mismos sentimientos. Y es amistad y es gratitud lo que tengo, lo que debemos tener, con ella ahora que Ana María pasa a jubilarse de la planilla, pero no del alma de nuestra institución.

Mario Montalbetti

Etiquetas: Ana María Yáñez, llcchh, PUCP

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4 Comentarios

Liliana Regalado

Que quede pendiente nuestro homenaje y abrazo "en vivo"

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