24/11/2014 Premiaciones
Inspirado en la figura y obra del gran etnohistoriador y entrañable maestro de la PUCP del cual lleva el nombre, el Premio Franklin Pease G.Y. de Estudios Andinos se propone fomentar el estudio de las sociedades y las culturas andinas del pasado y del presente, y difundir los trabajos desarrollados por jóvenes investigadores en el campo de la Antropología, Arqueología, Historia, Lingüística y disciplinas afines.
En la edición 2013-2014, Sergio Barraza fue el ganador con la investigación «Acllas y personajes emplumados en la iconografía alfarera inca». Será premiado este martes 25 de noviembre a las 5:30 p.m., en el marco del evento «Quince años después. Coloquio en homenaje a Franklin Pease G.Y.».
Se trata de un estudio de la iconografía figurativa representada en la cerámica inca, particularmente de aquellas escenas que involucran la participación de personajes antropomorfos. Estos últimos son de tan rara aparición en este tipo de alfarería que su sola presencia ha sido usualmente considerada un indicador del carácter ceremonial de las escenas y, por extensión, de las selectas piezas que les sirvieron de soporte.
En realidad, hasta la fecha, estos materiales habían concitado una mínima atención de los especialistas debido a diversos factores: su escasa cantidad, el desconocimiento de la procedencia exacta de la mayoría de las vasijas y, fundamentalmente, la extendida idea de que la sociedad inca había empleado casi exclusivamente una iconografía provista de diseños abstracto-geométricos, por lo que ante cualquier representación figurativa o naturalista cabía la sospecha de encontrarse frente a materiales pertenecientes al período colonial, influenciados por los cánones artísticos occidentales. El hallazgo de cerámica inca con estas representaciones en el marco de excavaciones arqueológicas sistemáticas, no obstante, ha venido a confirmar que algunas de ellas se remontan a tiempos prehispánicos, posiblemente a las últimas décadas del siglo XV y las primeras del XVI.
Consciente del potencial valor informativo que esta iconografía podía ofrecer para el entendimiento de las prácticas rituales incaicas, complementando o precisando las noticias documentadas en diversas fuentes históricas, en el año 2006 inicié la investigación en el marco del curso de postgrado “Temas de Arquitectura e Iconografía Religiosa Prehispánica”, dictado por el doctor Krzysztof Makowski en el Programa de Estudios Andinos de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Posteriormente, con el acceso a nuevos materiales de estudio y mayores recursos bibliográficos, la monografía que en aquella ocasión elaborara como trabajo final del curso se vio ostensiblemente ampliada y mejorada hasta configurar mi tesis de maestría.
Fue así que, en base a referencias etnohistóricas y en algunos casos a la información contextual registrada durante el hallazgo de las piezas, pude reconocer que en las escenas analizadas aparecían representadas distintas categorías de acllas (especialistas religiosos mencionados en las crónicas coloniales) ejecutando diversos rituales, entre los que se incluían prácticas de culto ancestral y la producción ritualizada de textiles y bebidas.
Efectivamente, han sido varios los estudios que han resaltado el rol desempeñado por las acllas en el pasado andino; sin embargo, algo que debo precisar, es que casi todos ellos estuvieron basados exclusivamente en información proporcionada por fuentes históricas. Son escasos los estudios arqueológicos que han abordado esta temática, podríamos mencionar como ejemplo las tempranas excavaciones realizadas por Max Uhle en el denominado “Cementerio de las mujeres sacrificadas” de Pachacamac (1901), cuyas colecciones han sido recientemente analizadas por Anne Tiballi (2010). En todos los casos, los resultados no fueron más allá del reconocimiento de identidades sociales (contextos funerarios que corresponderían a entierros de acllas) o funcionalidades arquitectónicas (identificación de acllahuasis).
La investigación llevada a cabo a partir de la iconografía alfarera ha permitido conocer con sorprendente detalle los distintos rituales en los que participaban las acllas y aspectos tan puntuales como el tipo de corte de cabello que exhibían las “novicias” cuando ingresaban a formar parte de esta institución o los diseños específicos que presentaban los cántaros empleados por determinadas categorías de acllas para producir chicha. Además, por primera vez desde el campo de la Arqueología, se ha logrado demostrar fehacientemente que la categoría aclla no se limitaba únicamente al ámbito femenino, sino que existió un correlato masculino de la institución; al respecto, vale la pena recordar que ya en 1995 Carlos Araníbar había reparado que el término quechua acllasca, vinculado tradicionalmente a las “vírgenes incaicas”, aparece traducido en los vocabularios coloniales como lo “electo” o “escogido”, en participio pasivo, sin alusión específica a algún género.
Siendo estudiante universitario, al ingresar a la Especialidad de Arqueología de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP, rápidamente pude constatar que el estudio de la ritualidad y cualquier otra manifestación cultural de las sociedades andinas prehispánicas implicaría desarrollar una aproximación holística, encarar el estudio con plena conciencia que a menudo deberíamos dialogar con especialistas de otras disciplinas afines (antropólogos, historiadores, lingüistas, etc.). Fue por ello que en 1996 decidí matricularme en el curso de Historia Incaica dictado por el Dr. Franklin Pease y en el de Etnografía Andina impartido por una joven aunque reconocida antropóloga, María Eugenia Ulfe; ambos cursos vinieron a enriquecer mis conocimientos y a mostrarme que existían otras formas de hacer las cosas, nuevas preguntas de investigación y distintas maneras de acercarse a cada tipo de fuente informativa.
En los años subsiguientes, ya como estudiante de posgrado, tendría la oportunidad de escuchar con atención las clases dictadas por destacados antropólogos (Juan Ossio, John Earls, Alejandro Ortiz y Gisela Canepa), historiadores (Marco Curatola y Karen Spalding) y lingüistas (Rodolfo Cerrón-Palomino), que vinieron a complementar mi formación de arqueólogo.
Escribir la tesis de maestría conllevó el reto de amalgamar estos conocimientos, mezclar información de naturaleza distinta como parte de un mismo argumento y lograr presentarla de manera coherente. Pese a su aparente sencillez, esta tarea resulta complicada. Ya en 1974, el arqueólogo estadounidense Craig Morris había expresado parcialmente esta dificultad al señalar: “Personalmente, dudo que sea posible prescribir una metodología que permita emplear conjuntamente los materiales documentales y arqueológicos de forma exitosa”.
Algo más optimista en mis ideas, en esta investigación he ensayado (y arriesgado) una propuesta metodológica basada en un diálogo constante entre los datos arqueológicos, etnohistóricos, etnográficos y lingüísticos. Como resultado de ello, el material arqueológico (en este caso las vasijas incaicas con representaciones figurativas) y su información contextual (los elementos asociados a su hallazgo) pasan a ser valorados en su verdadera dimensión informativa, no como una simple ilustración para decorar los estudios de historiadores o antropólogos, sino como una cabal fuente de conocimiento. De este modo, por ejemplo, podemos llegar a saber que las acllas identificadas en las fuentes etnohistóricas bajo el nombre de guayruracllas solían vestir túnicas (anacos) de color rojinegro y que, al igual que los guayruros de las pulseras y colgantes actuales o etnográficos, con los que comparten cromatismo, se veían simbólicamente imbuidas de la facultad de transmitir “suerte” o “éxito” a los soldados incaicos, ello a través de la bebida y alimentos que les producían en vasijas rojiblancas. Estas últimas, a su vez, se encuentran relacionadas al concepto andino missa (combinación de colores blanco y rojo) estudiado a profundidad por el antropólogo cuzqueño Jorge Flores Ochoa.
Como bien lo señala, en los últimos años los estudios sobre las sociedades prehispánicas de los Andes han continuado renovándose; ello implica la necesidad de revaluar continuamente las interpretaciones formuladas en décadas pasadas y, naturalmente, proponer nuevas hipótesis y temas de investigación a partir de los últimos descubrimientos.
Para abandonar la tendencia a realizar estudios sobre temáticas previamente tratadas por otros investigadores, es necesario brindar a los estudiantes de pre y posgrado herramientas que estimulen el desarrollo de sus capacidades creativas, ya sea abriendo espacios interdisciplinarios de discusión o incentivando estudios comparativos que permitan el ejercicio de razonamientos analógicos. Considero que premios como el “Franklin Pease G.Y. de Estudios Andinos” cumplen con ese objetivo, al fomentar una discusión académica que trasciende al ámbito inherente a cada especialista.
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