09/11/2022
Juanita, como le decíamos de cariño, tuvo y siempre tendrá mucha luz y energía para compartir. Desde sus ejercicios por la mañana, completar crucigramas, rezar el ángelus al mediodía, almuerzos con colegas, misas diarias a la 1pm. hasta las clases de coro, grupo de oración, presentaciones, y misas dominicales.
Siempre tan alegre y predispuesta a ayudar a mejorar a sus estudiantes empezaba sus clases señalando la canción de inicio. Todos se ubicaban en las bancas de acuerdo al tipo de voces que tenían y ella empezaba con el piano. Era común ver su ceño fruncido, concentrada frente a las partituras que la acompañan desde sus estudios en Europa, desde que decidió que el piano y la flauta eran para ella.
Ahora Juanita vuela muy alto y nos seguirá escuchando desde donde sea que esté. Y siempre sacándonos una sonrisa, sobre todo a sus «chiquitos», como ella le decía a sus estudiantes, a quienes acompañó en las diferentes versiones del coro. Larga vida a Juanita.
La docente Elsa Tomasto le dedica unas palabras a Juanita:
Juanita La Rosa fue una mujer extraordinaria que cambió la vida de todos aquellos que tuvimos la bendición de ser sus estudiantes, o sus cachitos, o sus chiquitos, como ella nos llamaba. Yo tuve además el privilegio de ser acogida en su casa: cuando era una estudiante de provincia viviendo en una pensión, me llevó a vivir con ella y con su hija Juanita. Allí la conocí en su día a día de madre amorosa; de católica plena de fe y comprometida en sus grupos de oración; y en profesional trabajando en el coro PUCP y la Sinfónica Nacional al mismo tiempo, para sacar adelante ella solita a su hija, que hoy es, como ella, un ser humano maravilloso. Y allí también conocí a todos sus hermanos y sobrinos, que me acogieron con la misma calidez que ella.
Juanita fue la tercera hija de una familia de ocho hermanos. Su mamá era pianista, y su papá, maestro de capilla de la iglesia de San Francisco. Vivían en un pequeño espacio en Barrios Altos, donde no abundaba el dinero, pero sobraba el amor y se respiraba música. Cuatro de sus hermanos fueron o son también músicos, y también varios de sus sobrinos. Pero Juanita fue especial en su capacidad de dar amor, enseñar a amar y servir a Dios a través de la música.
La gran mayoría de los que formamos la familia del coro PUCP empezamos este camino llevando la actividad de Coro en Estudios Generales Letras. Era un curso de dos créditos, que terminaba siendo tu curso más importante. Para muchísimos de nosotros se convirtió en una segunda carrera, y para otros en la única: muchos de los cantantes de coros profesionales como el Coro Nacional o las compañías de ópera, iniciaron en el coro de Juanita. Y cuando te cuentan su experiencia en el coro PUCP es la historia repetida una y otra vez: llegar a tu primera clase sin mucha idea de cómo será el curso, recibir una partitura que apenas logras descifrar, no solo porque con las justas sabes de música, sino porque está escrita a mano con una caligrafía muy apretada, esfuerzo de Juanita, para que sus cachitos no tengan que invertir mucho en fotocopias. Y al cabo de uno o dos meses encontrarte cantando a Haendel, a Mozart, a Vivaldi… obras musicales sumamente difíciles que hasta hoy me sorprende cómo Juanita lograba armar en tan poco tiempo, con las voces de chiquitos que caían en la sala de coro para ensayar de a poquitos en sus tiempos libres entre curso y curso.
Pero aunque parezca increíble, la gran obra musical se armaba, y en las presentaciones recibíamos muchos aplausos. Varias veces también hicimos roches en público, que eran seguidos por una resondrada de Juanita, que no dolía, porque venía acompañada de su cariño y su calidez. Tampoco faltaban las lanzadas a la piscina sin anestesia, en las que Juanita te presentaba ante el público para cantar un solo que según tú estaba verde, y que muchas veces salía muy bien y otras tantas resultaba también en roche. Pero en el ambiente que creaba la sola presencia de Juanita, esos roches te servían para aprender que no pasa nada si te equivocas y entonces confiabas cada vez más en ti. Y así, sin darte cuenta, te ibas quedando un semestre tras otro, e ibas creciendo en la música y como ser humano. Porque la música que ella nos enseñaba era alabanza a Dios, no solamente por ser música sacra, sino porque iba acompañada del servicio a los demás: con Juanita recorríamos barrios humildes y hospitales a donde la presencia del coro llevaba alegría, y donde en recompensa recibíamos ese algo que se siente y no se sabe expresar, esas “vibras” que se perciben cuando se toca el alma de otros seres humanos. Eso dábamos y eso recibíamos.
Y en ese ambiente, no es de sorprender que surgieran amistades de las que son para toda la vida. Ese es otro regalo de Juanita: el haber juntado a perro, pericote y gato, de tal manera que entre sus cachitos y sus chiquitos habemos personas con distintas ideas políticas; creyentes, no tan creyentes e incluso ateos, esas diversidades que en otros contextos pueden llevar al enfrentamiento. Pero en el ambiente que creaba Juanita lo que surgió fueron esos amigo-hermanos para siempre. Porque ella miraba a cada ser humano, tocaba su alma y sacaba lo mejor. Esto fue patente una vez más ayer, cuando cachitos y chiquitos desde 18 hasta más de 60 años de edad cantamos el hasta pronto Juanita, amiga, maestra y mamá. Ella se fue, deja un vacío enorme, pero muchísimas semillas de amor ya sembradas y dando frutos.
Laura Prada, coordinadora de la Oficina de Promoción Social y Actividades Culturales (OPROSAC) de EEGGLL, la recuerda con cariño:
En el 2014, tuve la oportunidad de conocerla más. Me contó parte de su trayectoria, desde su viaje de estudios a Europa a especializarse en flauta, hasta de su retorno a Perú y la vez que la eligieron para enseñar coro en la PUCP. Toda la historia me la contó con gran entusiasmo, me dijo que le gustaba mucho hablar de su vida y que daba gracias a Dios por haberle permitido tener una vida tan linda. Su seguridad, exigencia y alegría me dejó más en claro que le encantaba su trabajo. Le pregunté qué era exactamente lo que le gustaba de dictar coro todos estos años, desde 1969, y me respondió que era el talento de sus alumnos.
Me mostró con orgullo algunas fotos de ex estudiantes que estaban colocadas en una pizarra. Me contó detalladamente de cada uno. Al parecer, le gustaba conservar los recuerdos que le dejaban. Uno de ellos era un corazón de cartulina que decía “Feliz día, mamá Juanita” que estaba pegado en una pared, encima de la pizarra de recuerdos de la caseta. Ese detalle emocionó mucho a Juanita.
En cuanto a su técnica y método de enseñanza, ella me dijo que “uno aprende a cantar, cantando” como todo en la vida. Qué redundante y sabio, a la vez. Y una vez más comprobé que es una mujer que sabía lo que hacía y lo que quería. Muy segura de su talento y de lo que puede hacer.
Juanita sabía que los años estaban pasando y que su estilo de vida había cambiado. La ausencia de algunas amigas le hizo dar cuenta de que el tiempo pasaba. Y es aquí donde radica su afinidad a la religión como un refugio, como una preparación a lo que vendrá, y como la paz interior que la acompaña. Era feliz con la vida que Dios le había permitido vivir, amaba a su familia y admiraba el talento de sus alumnos.
El jefe de práctica Gonzalo García le dedica estas palabras a Juanita:
Los jardines de la Católica son tan hermosos que yo le escuchaba decir: «por acá tiene que pasearse Dios». Cuando el momento era oportuno, una actitud estricta hacía que sacaras tu mejor voz… sin embargo, en los momentos fraternos, eras como una madre, de aquellas que rezan por ti y te invitan un chocolatito diciendo: «para ti, chiquito».
En medio de un ensayo recibía alguna llamada y todos decían «ay, Juanita, dile a Bach que estamos ensayando».
Si algo de música tenemos en el alma gracias a ti, Juanita, es la fe incondicional en que todo lo que cantamos y tocamos lo ofrecemos a Dios, porque él, solías decir, «es el verdadero jefe».
Un abrazo al cielo para ti, una maestra que nos hizo amigos de Bach, Mozart, Haendel y Perosi, y muchos más dignos de ser escuchados por la belleza que trae la música.
Descansa en paz, Juanita La Rosa.