01/11/2020
En el 2016, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) creó una aplicación llamada Toxímetro que permite identificar si se está en una relación violenta de pareja. Las estrategias y esfuerzos para prevenir la violencia contra las mujeres se debe a que según la ENDES, Encuesta Demográfica y de Salud Familiar, aproximadamente el 70% de mujeres peruanas es violentada (ya sea física, verbal, sexual, psicológica y económica) por su pareja o expareja, contando solamente aquellos casos que han sido reportados. Con ello, no es mi intención anular las vivencias particulares de varones violentados por sus parejas mujeres o varones, pero para analizar el problema que nos reúne debemos tener en cuenta la base estructural sobre la que ocurre la violencia y no cada suceso particular.
Son muchos los puntos a tratar cuando ponemos sobre la mesa el tema de la violencia en las relaciones de pareja: consentimiento, amor romántico, sexismo, estereotipos de género, etc. Sin embargo, podemos encontrar un par de conceptos claves para comenzar a abordar esta problemática: relación de poder y relación de subordinación. Una relación de poder se expresa desde un posicionamiento identitario dotado de reconocimiento social. En la violencia de pareja, este usualmente es vinculado a la figura masculina si observamos el hecho con los lentes de género. Cristina Alcalde resalta que si bien el género es una fuente significativa de subordinación, no es el único factor a considerar al hablar de violencia en relaciones de pareja, pues a este ejercicio se pueden sumar e intersectar categorías como clase social, nivel educativo, grupo étnico u otra forma de discriminación y vulnerabilidad que genere una relación de poder/subordinación.
Contrario a lo que se cree comúnmente, a partir de un discurso de normalización y justificación, la violencia en las relaciones de pareja no es un problema de naturaleza privada, sino pública; por lo que no debe ser resuelto puertas cerradas. Nuestro país ha generado decenas de políticas que reconocen la violencia basada en género como un problema de salud y un obstáculo para el desarrollo socioeconómico del país. Empero, es lamentable la praxis de un gran número de funcionarixs públicos, cuya labor destinada al amparo de poblaciones vulnerables como mujeres y diversidades se ve ahogada en sesgos, estereotipos y creencias basadas en el sistema sexogénero en el que nos encontramos inmersxs.
Al hablar sobre violencia, debemos tener en cuenta que esta es un mecanismo de control destinado a disciplinar los cuerpos y mentes para la preservación del sistema sexogénero existente. El entramado sistémico basado en género no sólo determina qué se permite y espera de las mujeres y de los hombres sino también señala los mecanismos para modificar actitudes fuera de la norma, en suma, para disciplinar identidades. A las mujeres se las amedrenta de maneras sutiles para que repliquen actitudes y roles adscritos a lo femenino como la anulación del cuestionamiento (o sumisión) y el cuidado de lxs otrxs. Mientras que a los varones se les impulsa a resaltar su virilidad por medio de la intimidación y el maltrato hacia identidades concebidas como moldeables y carentes de autonomía; identidades que bajo su mirada necesitan una figura de autoridad.
¿Solamente una relación de pareja puede ser violenta? Tenemos que reconocer que muchas veces las personas entablan relaciones o vínculos afectivos, sexuales o sexoafectivos sin compromiso a largo plazo. Esta toma de decisión no significa que sean espacios libres de responsabilidad y respeto, pues una relación entre dos personas (sea cual fuese su estatus relacional) debe ser un espacio de diálogo constante y reconocimiento mutuo. Ello implica que debe estar libre de violencia, humillaciones e imposiciones. Es necesario tener presente que todo vínculo afectivo, sexoafectivo o sexual que se forme con una o más personas tiene la posibilidad de tornarse en una relación violenta o tóxica si no se establecen los límites adecuados, se fomenta el diálogo y el respeto al bienestar mutuo. Frente a esto, la constante revisión y reflexión sobre las propias prácticas afectivas son necesarias. Debemos recordar también que la violencia no discrimina el tipo de relación que tenemos (heterosexual, homosexual, etc).
La naturalización de la violencia es una práctica aprendida que nos seguirá atravesando como personas, como comunidad universitaria y como país si no buscamos formas más conscientes de vivir nuestras identidades y relaciones afectivas, sexuales, y/o sexoafectivas. Como dice Marcela Lagarde la violencia hacia las mujeres es evidencia concreta de un sistema de género patriarcal aún vigente en las relaciones sociales e interpersonales. Así, la violencia en las relaciones de pareja es reflejo de las relaciones de poder que establece el sistema sexogénero. Recordemos que esta yace muchas veces en la sutilidad de los actos de quien los ejecuta, y en la adaptación constante al ambiente de tensión, toxicidad y/o de violencia. Cada relación (violenta) de pareja es única; por ello, debemos estar atentxs a ciertas señales que nos pueden alertar si nuestro vínculo se empieza a tornar violento. Una de estas señales puede ser la incapacidad de ejercer la propia agencia dentro de la relación. Si algo genera malestar, siempre se debe tener la posibilidad de hablarlo con la pareja o persona con la que se entabla el vínculo afectivo, sexual o sexoafectivo. Si la posibilidad es nula, se puede estar inmersx en una relación violenta. Evitemos aceptar algún tipo de manifestación de violencia en nombre del amor.
El camino hacia la construcción de una relación saludable es largo y complejo, se requiere diálogo, apertura e incluso, hablando a título personal me atrevería a decir, mucha terapia psicológica, pues hemos heredado patrones de los vinculos afectivos de nuestro alderedor y hemos construido nuestra noción de amor, pareja, sexo, placer, deseo en torno a esas experiencias. Como dice Donna Haraway nada está conectado a todo y todo está conectado a algo. La idea del reconocimiento de la o las violencias en una relación de pareja no es estrictamente señalar al culpable o más tóxico de la relación, sino vivir vidas más plenas y en armonía.
Luz María Muñoz es licenciada en filosofía, activista transfeminista por la diversidad corporal y consultora en temas de salud sexual y reproductiva. Actualmente, se dedica a la predocencia y tutoría en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y se encuentra cursando la Maestría en Estudios de Género, donde desarrolla una investigación sobre la construcción, reivindicación y resistencia de las corporalidades gordas en Lima Metropolitana. Sus áreas de interés y de trabajo, además de los activismos gordes y su relación con la biopolítica, se enfocan en la decolonialidad y los estudios de género con énfasis en la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos, y la vinculación de estos con la ética contemporánea y el ejercicio de la ciudadanía.